En el incesante torbellino de la política española, la corrupción, lamentablemente, se ha convertido en un fantasma recurrente que acecha a los partidos. Sin embargo, lo que realmente define el carácter de una formación política no es la ausencia de casos (porque la imperfección humana es innegable), sino cómo reacciona cuando la sombra de la sospecha y la evidencia se cierne sobre sus filas. Y es aquí, en la respuesta ante el "caiga quien caiga", donde se dibuja una diferencia notable entre el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español.
Vamos a analizar dos casos paradigmáticos, el de los "papeles de Bárcenas" y el más reciente "caso Koldo" con la implicación de Santos Cerdán, para comprender mejor esta disparidad de comportamientos.
El caso Bárcenas: Una larga travesía hacia la Justicia
Recuerdo perfectamente aquel principio de 2013, cuando las páginas de un periódico desvelaban una supuesta contabilidad B en el Partido Popular, unos papeles que apuntaban directamente a sobresueldos y financiación irregular. La indignación fue mayúscula. Luis Bárcenas, el extesorero del PP, se convirtió en el epicentro de un terremoto político.
Lo que siguió fue un camino tortuoso y lento. Desde que los "papeles" vieron la luz pública a finales de enero de 2013, hasta que Luis Bárcenas pisó la prisión preventiva, transcurrieron cinco largos meses. Cinco meses en los que hubo negaciones, comparecencias, explicaciones a medias, y una cierta sensación de que el partido intentaba, o al menos así lo percibía una parte de la sociedad, distanciarse del problema sin asumirlo por completo. La lentitud en la reacción, la dificultad para depurar responsabilidades de inmediato, y la reticencia a reconocer la gravedad del asunto marcaron aquella etapa. La percepción generalizada era que el partido, en un primer momento, se resistía a entregar a la justicia a uno de los suyos, a pesar de la montaña de pruebas que se iban acumulando. Fue un proceso de arrastre, donde la presión social y judicial fue empujando al partido a tomar medidas, más que una iniciativa propia y contundente desde el primer minuto.
El caso Koldo y Santos Cerdán: La celeridad en el ajuste de cuentas
Ahora, pongamos el foco en el "caso Koldo", y en particular, la reciente detención de Santos Cerdán. Las grabaciones que implican a Koldo García, exasesor del exministro Ábalos, han sido un mazazo. Y la implicación de Santos Cerdán, una figura de peso en el PSOE, ha sido un revulsivo.
Lo que ha llamado poderosamente la atención es la velocidad con la que se han precipitado los acontecimientos. Si bien las grabaciones de Koldo se venían investigando, la vinculación directa de Santos Cerdán con ellas y su entrada en prisión ayer (30 de junio de 2025) ha sido casi fulgurante. Desde que la implicación de Cerdán se hizo pública de manera contundente y el foco judicial se posó sobre él hace apenas unas semanas, la acción ha sido inmediata. No hablamos de meses, sino de semanas o incluso días hasta que la justicia ha actuado y el partido, en este caso el PSOE, ha tomado decisiones drásticas.
La diferencia es palpable. En el caso Koldo-Cerdán, la reacción ha sido de aparente contundencia y rapidez. El mensaje que se ha querido transmitir es el de "caiga quien caiga, sin dilaciones". No ha habido tiempo para la especulación, para las largas explicaciones o para la resistencia. La expulsión del partido, si procede, o el distanciamiento de la vida política, ha sido un paso que se ha dibujado casi de forma instantánea.
Dos filosofías ante la corrupción
Esta comparación no busca ser un mero ejercicio de señalar con el dedo, sino de reflexionar sobre la gestión de la corrupción en la política española.
El Partido Popular, en el pasado, ha sido criticado por una cultura que algunos interpretaban como de "protección" o de "minimización" ante los escándalos. La idea era, a veces, que el partido era más grande que el individuo, y que proteger al partido implicaba, en ocasiones, dilatar las consecuencias para los implicados. La confianza en la justicia, sí, pero con un ritmo que parecía más pausado, a la espera de que los acontecimientos se calmaran o las pruebas fueran absolutamente irrefutables. La máxima de "no nos consta" o "lo sabremos cuando haya sentencia firme" se hizo demasiado frecuente.
Por el contrario, en el caso del PSOE con Santos Cerdán, la celeridad ha sido la norma. El mensaje parece ser el de una "tolerancia cero" y una disposición a cortar de raíz cualquier atisbo de corrupción, independientemente del peso del implicado. La idea, en este caso, es que la credibilidad del partido está por encima de cualquier persona, y que la justicia debe actuar sin que haya defensas corporativas que la ralenticen.
La ciudadanía, la gran beneficiada
La política es compleja, y las razones detrás de estas diferentes actuaciones pueden ser muchas: la presión mediática, la gravedad de los indicios, la estrategia política del momento. Sin embargo, para el ciudadano de a pie, la imagen que se proyecta es clara.
Un partido que actúa con rapidez y contundencia ante la corrupción, poniendo a disposición de la justicia a sus miembros sin dilación, transmite un mensaje de regeneración y de respeto por las instituciones. Genera confianza, por doloroso que sea el trago. Por el contrario, la lentitud, la negación inicial, o la sensación de que se intenta "salvar" a alguien, erosiona la fe en la política y en el sistema.
En definitiva, que la justicia actúe y que lo haga con celeridad es una buena noticia para la democracia. Que los partidos, sea cual sea su color, asuman que la corrupción es un veneno que mata la confianza y actúen en consecuencia, es lo que la ciudadanía demanda. Y si en un caso vemos un camino más largo y sinuoso, y en otro una pista más directa hacia la rendición de cuentas, es un reflejo de que, quizás, algo está cambiando, o al menos, de que las lecciones del pasado pueden estar calando. Porque, al final, la verdadera "caída" no es la del corrupto en prisión, sino la de la confianza en la política. Y esa es una caída que ningún partido debería permitirse.
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